jueves, 12 de febrero de 2009
Cicatrices
Había una vez un joven que tenía muy mal carácter.
Su padre estaba muy preocupado y triste por las reacciones de su hijo.
Entonces un día le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma debía clavar un clavo en la puerta de atrás de la casa en que vivían.
El primer día el joven clavó 37 clavos en la puerta.
Al día siguiente 30 y al siguiente 28. El joven poco a poco fue calmándose porque descubrió que era mucho más fácil controlar su carácter que clavar los clavos en la puerta.
Finalmente llegó el día en el que el muchacho no debió clavar ni un solo clavo, pues no perdió la calma para nada. Entonces rápidamente se lo dijo a su padre, el cual le sugirió que ahora debía cumplir con otra tarea: por cada día que controlara su carácter debía sacar un clavo de los que había clavado en la puerta durante ese tiempo.
Los días pasaron y el joven pudo finalmente decirle a su padre que ya había sacado todos los clavos de la puerta. Entonces el padre llevó de la mano a su hijo y le mostró la puerta.
-Mira hijo, has hecho bien. Pero, fijate en los agujeros que quedaron en la puerta. Ya nunca será la misma de antes. A veces con nuestra palabra dejamos cicatrices en los demás que son muy difíciles de borrar
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